El estado de habitar es el modo de existir en el mundo, el modo de encontrarnos abrigados por el sentido, por lo vivido y por el futuro que vendrá.

 

 

El espacio de una obra no reside únicamente en el espacio que la obra ocupa. El arte tiene la misión de invadir el espacio que deja en el alma, ese misterio que hace que las representaciones pictóricas transciendan al recuerdo. Esas líneas que golpean nuestro subconsciente y se hacen pintura en nuestro presente. La magia del color, del silencio, del vacío.

 

 

Los lugares que transito están llenos de información, de ruido. Al contrario los lugares que quiero representar son espacios de calma y sosiego, son aquellos que quiero habitar, entrar dentro de ese vacío, pero vivo. Silencios con bruma y brisa, donde la calidez de sus cielos pueda transportar a un interior más profundo.

 

 

Las mínimas formas aumentan su peso, significado y profundidad existencial aproximándose a un orden ideal que se configura con vacío. Éste se vive como recorte dado a la contemplación, expresión de un orden original que convierte el vacío en un acontecimiento significativo.

 

 

Todas las ciudades tienen una noche, un día, un despertar, una línea de luz, que todo baña, los buenos momentos y las experiencias, las nuevas oportunidades. En la pintura se detiene el tiempo, ese tiempo que nos regala la vida, ese tiempo que pasa mientras comprendemos quienes somos.

 

Un lienzo en blanco es partir del vacío, es como nacer y no saber, pero con el tiempo comprender y entender. Quizás el secreto sea contemplar, no para saber pintar si no para vivir el vacío que queremos habitar. Es como alargar un sueño hasta llegar a un paisaje y no querer despertar.

 

Lugares de silencio, bahías, mares, desiertos y skylines que no representan ningún lugar concreto, pero que los representan todos, interpretaciones desde lo más profundo de la memoria, pero que cada espectador contempla desde su alma.

 

 

Todos los espacios vividos nos acercan a nuestro ser, esos vacíos llenan de misterio el porvenir, llenan de ilusión el futuro, un futuro que habitar.

 

El ocaso es el silencio del día, una pausa para coger aire, para llenar los cuerpos de libertad.

 

Son tan diferentes como únicos, una experiencia espiritual al alcance de cualquiera, la transformación pictórica es la esencia del arte, observar, absorber, y resolver.

 

Después de mirar atrás, del ayer hacia el mañana, después de la vida, siempre quedara el silencio y los espacios vividos.

 

Los atardeceres nos hablan de nosotros, de nuestra alma, de nuestro origen, de todo lo que fuimos en el pasado, la vida no solo se compone en años, se compone en como las sociedades la entendieron y la sintieron, una mirada emotiva no se cambia por miles de años de vacío, un minuto de reflexión y de calma es todo lo que necesito para comprender todos los minutos que me quedan y todos los minutos que viví.

 

 

Recuerdo aquellos viajes en los que me pasaba horas mirando cómo se fundía el cielo y la tierra, queriendo comprender lo que no entendía, lo que ocurría de una forma tan fugaz, solo se me ocurre acompañar los ritmos con pintura, con música, con armonía, nunca pintaré un paisaje, el paisaje es inabarcable, pintaré el tamiz de lo vivido, interpretaré mi paisaje.

 

 

En ocasiones los sueños son más intensos que un recuerdo difuso, todos esos amaneceres que viví, todos los viajes me sorprendieron, la vida más allá de lo establecido, esos paisajes brumosos, esos cálidos atardeceres recorriendo un lugar que ya fue recorrido, porque la vida es eso, vida.

 

 

 

"Donde el corazón te lleve"

Exposición Diego Benéitez